Tuesday, June 5, 2018

Los últimos de Filipinas


Ah, qué bueno, siguen ahí?

Perdón por el lapso de nueve años y pico, no sé si me dio tiempo a mencionar en los primeros posts que la vida en Estados Unidos va mucho más rápido, se hacen muchas más cosas pero a la vez se dejan de hacer muchas más.  O por lo menos uno tiene la impresión de que le queda mucho por hacer y llega a sufrir por ello. El FOMO, o "Fear of Missing Out" que llaman a nuestro tradicional, "coño, es que no nos organizamos, María, siempre igual, se nos pasa el fin de semana y no hacemos nada".

Pues eso, que intentando hacer otras cosas dejé el blog de lado, mientras que el mundo me adelantaba por izquierda y derecha (recuérdese que aquí las autopistas de la vida también tienen muchos carriles, así que te pueden pasar por cualquier lado).

Pero tantos libros de autoayuda no pueden estar equivocados, y no todo puede ser un carrera exitosa, lujos y viajes exóticos. Uno tiene que darle rienda suelta a su creatividad para alcanzar la plenitud, sobre todo si encima no tiene una carrera exitosa, lujos ni viajes. Eso es este blog para mí. Por cierto, recuérdenme que les hable otro día de Sonja, que fue durante tres o cuatro años la vecina del piso de arriba, una gurú en el tema este de la felicidad. Nunca nos dio un consejo oralmente, yo creo que quería que compráramos alguno de sus libros.

Sin más preámbulos, hoy quiero hablar de los filipinos. Viendo películas y series, uno pensaría que apenas existe una colonia filipina en EEUU, pero, como los gallegos, los filipinos están por absolutamente todos lados, y California no es una excepción. No voy a entrar en las razones de esta flagrante omisión, pero los filipinos son literalmente unos asiaticos latinos, y eso es muy difícil de digerir para cualquier guionista. Lo dejo ahí.

Viene esto a cuento porque el otro día paramos en un sitio al que le tenía ganas porque habíamos pasado por delante muchas veces y se anunciaba como mercado de pescados ("Seafood City"), y era bastante grande. "Esto va a ser un sitio de asiáticos" nos dijimos. El americano  blanco medio parece que se le hubiera atravesado una espina de rape en la infancia y no quiere ver el pescado ni de lejos. Para metérselo en la boca, desde luego, tiene que ser en filetes y sin espinas, cabeza, ojitos, etc. Los mercados asiáticos, por otro lado, son los únicos que tienen una oferta piscícola parecida a la nuestra.

Como de costumbre cuando se trata del esterotipo étnico, no nos equivocamos. Lo que no sabíamos es que iban a ser filipinos en lugar de coreanos, chinos o japoneses. Nada más cruzar la puerta, un puesto de comida preparada que ofrecía boquerones fritos nos anunciaba un recorrido lleno de "ostias mira eso" y la piel de gallina a cada giro de pasillo. España en California a través de la herencia colonial de Filipinas, qué más se le puede pedir a un sábado por la mañana.

Tras los boquerones vino la obscena variedad de envases de San Miguel. Algunos los recordaba de la infancia, incluidas unas litronas que me hicieron llorar.


Secas las lágrimas, y en un modesto ejercicio de introspección histórica me dije, coño, igual les jodimos el futuro como nación, pero les dejamos la San Miguel, nos fuimos con estilo!. Y volví a gimotear al recordar el drama como lo reflejó estupendamente la nueva versión de Los Últimos de Filipinas, la del Tosar:

               

Esos españoles, cabezones y orgullosos, pero manteniendo la compostura hasta el final. Ya no sabía si estaba en un supermercado o en un episodio del Ministerio del Tiempo. La épica absorbía el olor de la pescadería y lo devolvía como el aroma de la colonia que mi abuela me ponía de pequeño, eas colonia que seguramente era la misma que se ponían los niños filipinos de 1898.

Y entonces giramos en el pasillo de los dulces.


Nah, una coincidencia, qué si no...


Pues nada, al final nos fuimos dejando un reguero de palabrotas y mal rollo. Ay, España, España...

1 comment:

  1. ¡Cómo se nota la presencia en Filipinas del marbellero dr. Vigil de Quiñones (Carlos Hipólito en la peli). Si hay algo más malagueño que la San Miguel, más de Marbella que los boquerones fritos, es agarrar a un guiri y enseñarle a decir todas las palabras malsonantes que se te ocurran, para luego descojonarse cuando las repita. Un honor inaugurar los comentarios en esta nueva etapa del blog, D. Carlos. ¡A por ello, que nueve años no es nada!

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