Tuesday, July 17, 2018

Guns: Vigilantes, Charles Bronson and Lance Thomas (II)

Salvo que alguien me traiga otro nombre y otros hechos creo que me puedo vanagloriar de haber conocido al último vigilante americano.

Todo empezó a los tres o cuatro años de llegar aquí. Por razones que sería largo de explicar necesitaba encontrar un modelo de reloj muy específico de finales de los años cincuenta, lo que se llama un reloj vintage, esto es, viejo de cojones, pero sin llegar a ser una reliquia; más caro que un Casio pero menos que un Rolex.

Después de horas de investigación en Internet y de contactar vendedores en el Reino Unido y Singapur me topé casi sin querer con un tipo que vendía en Ebay el reloj con diferencia más parecido a lo que buscaba. Pero de locos, era idéntico el puñetero peluco (a lo que hay que recurrir para no repetir "reloj").

Lo más acojonante es que el vendedor vivía a cuatro bloques de mi casa. Literalmente, sin coñas, podía ir andando. Me contactó por teléfono después de darle mis datos por el Ebay y sólo cuando supo qué quería exactamente acceció a darme su dirección.

Me tuvo en la puerta esperando un buen rato, que pasé dudando seriamente si aquello iba a acabar bien: era un complejo de apartamentos baratos de los cientos que hay en esta ciudad, pero especialmente triste y devencijado, más tirando a que te roben el reloj que a que encuentres el que buscas.

Abrió la puerta y allí estaba, Lance, imponente, con sus casi dos metros, impecablemente vestido y arreglado y con un bigote como el que hubiera tenido Charles Bronson si hubiera llegado a esa edad (unos 75 le calculé) y esa planta. Era un bigote de esos que dices, "coño, este tío los tiene bien puestos, no se puede tener un bigote así y ser un cobarde". Imagino que esto es todo la herencia del imaginario de la posguerra española, con los militares, los guardias civiles y todo eso. Pero vamos, aquello era un señor bigote pegado a un señor-señor, sin duda alguna.

Me recibió con toda educación y me hubiera mostrado las instalaciones, pero el local se reducía a lo que debía ser el living del apartamento original, totalmente abarrotado de estanterías llenas de libros, folletos, relojes, fundas y un montón de cosas que no podía distinguir, pues no entraba luz de la calle y la única claridad venía de la lámpara de relojero que había en lo que se suponía era su lugar de trabajo, un escritorio atestado de piezas de reloj y una enorme especie de Magnum 44 automático.


Mientras Lance aprovechaba la cercanía que propiciaba el claustrofóbico local para comentarme lo cabrón que era Obama y cómo le estaban jodiendo a dúo su cadera y el plan sanitario de Barack, yo no podía quitar la vista de la pistola: estaba viendo la mítica pipa de Charles Bronson en Death Wish 3 o la de Clint Eastwood en Sudden Impact. No sabía cuál era, pero era el arma de un tío con los huevos bien puestos, un justiciero. Pero yo no lo sabía aún.


La emoción incial dio paso a un ligero acojone pues la conversación seguía en la deriva de derechas y el Magnum allí, escuchándolo todo, como esperando a que yo discrepara para ponerse a funcionar. Lance buscó mi reloj, me contó cosas sobre su cuidado y lo empaquetó con exquisito cariño, como si aquellas manos nunca hubieran matado.

De eso me enteré en mi siguiente visita, unas semanas más tarde...







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